Tengo una amiga inteligente, trabajadora, voluntariosa… que ha conseguido, junto con su marido, sacar adelante una familia numerosa tras trece años de salir de su país. Mi amiga tiene estudios superiores que dejó en su tierra, y en los últimos años se ha dedicado a su familia. Ahora necesita y desea incorporarse al mundo laboral. Para ello ha superado numerosos obstáculos: mejorar los conocimientos de nuestro idioma, realizar cursos, ir de un lado a otro para completar su formación y encontrar después un empleo.
Cuando ya parecía hallarse más cerca de la meta, aparece una dificultad absurda: no puedes trabajar si no te quitas el pañuelo. Olvidaba decir que mi amiga es musulmana. El uso del velo es un derecho individual, del ámbito de la propia conciencia religiosa, que no dificulta para nada el correcto desempeño de su trabajo. Se le dice que el uniforme es preceptivo, para lo cual no plantea ningún inconveniente: zapatos, pantalón, chaleco… todo lo que la empresa indique. Solo pide que se le permita llevar aquello que libremente eligió hace muchos años y que para ella es parte de su identidad, de la que no puede despojarse. Pedirle que se lo quite es como si a otras nos dijeran que fuésemos sin ropa.
En nuestro país luchamos desde hace décadas por la integración de la mujer en el mercado laboral, especialmente en estos colectivos que lo tienen todo en contra, para ayudarles a conseguir una independencia económica y su realización personal. Sin embargo, ni los sindicatos, ni las empresas, parecen hacer mucho para ayudarles -al menos en esta coyuntura- fuera de buenas palabras.
Resuena en mis oídos una frase que ella me dijo: “En nuestro país se habla de Europa como el lugar de la libertad y de los derechos humanos…”. Creo que debemos darnos un momento de reflexión para entender que el aspecto, la cultura, la religión de una persona… no condicionan su capacidad ni su valía y no son ofensivos para nadie.
Aplaudamos cualquier iniciativa que termine con esta discriminación. ¡Ánimo a todas las mujeres luchadoras!