Esta temporada en la Peña, somos muchos los que nos alegramos al escuchar un gallo. Nos remonta a la Tafalla de nuestra infancia, cuando las alboradas eran una algarabía de ki-ri-ki-ikís anunciando el nuevo día. Ahora hay uno solo, y parece que a alguien le molesta.
Todos nos podríamos quejar: cada media hora suenan las campanas de Santa María aunque todos tenemos reloj, y anuncian misas y funerales que se podrían convocar por guasap. En enero habrá que aguantar el celo de los gatos maulladores y durante todo el año el ladrido de los perros encerrados, y, peor todavía, las cagadas de sus paseos. En primavera, los pajaricos no dejan de trinar, y que no falten. De vez en cuando, pasa la Aurora, despertándonos con sus cánticos los días de gran fiesta.
Pero estos tienen, digamos, derechos históricos. Porque otros vecinos, incluso el que se queja del gallo, sacan el coche de madrugada para ir a trabajar, sin pararse a pensar que a algunos nos molestan los motores mucho más que los trinos, ki-ri-ki-kís, ladridos, maullidos, campanas y auroras. Además, en verano, con las ventanas abiertas, podemos escuchar la televisión del vecino desde casa, mientras los jóvenes hacen botellón en la calle.
Vivimos entre vecinos. A todos nos puede molestar algo, pero no por eso protestamos ni presentamos denuncias. El que viene a vivir a la Peña debe saber que esto es Carlos III de Pamplona. Si, como era antes, cada casa tendría su gallo, podríamos preocuparnos. Pero un gallo solitario en la Peña… Por favor, dejémoslo en paz.
Un vecino
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