Manuel Esparza. Artículo publicado en La Voz de la Merindad del 1 de mayo de 2020.
La tortilla española debería llamarse “tortilla navarra”. Lógicamente la inventaron los peruanos, que llevaban 6000 años con huevos y patatas, y la llamaban “tortilla de papas”. Pero aquí, su “invento” se lo disputan gallegos y navarros. En 1817 se hacían tortillas de patata en la Baja Navarra. En 1835 tras la victoria en la batalla de Abárzuza, durante la Primera Guerra Carlista, el general Zumalacárregui paró en un caserío a cenar y la etxekoandre Mª Tirgo no tenia casi nada, así que mezcló huevos, cebolla y patatas. Fue un gran éxito y plato preferido del general, mientras le duró la vida, pues la entregó en la guerra. Lo cierto es que el primer documento que hace referencia a esta tortilla, es anónimo navarro y dirigido a las cortes de Pamplona en 1817. En él, hablando de penurias, se explican los míseros alimentos tomados por los navarros en esa época y aparece esta cita: “dos o tres huevos en tortilla para cinco o seis, porque nuestras mujeres la saben hacer grande y gorda con pocos huevos, mezclando patatas, “atapurres” de pan u otra cosa”. La tortilla es un gran invento de mujeres.
Se han pasado tiempos duros de pestes, guerras y postguerras, pero esta sociedad está expuesta a crisis cada vez mayores. La globalización o el imperio de las multinacionales, la destrucción de la naturaleza y la manipulación de virus, ha puesto a la humanidad en un estado de peligro inusitado. Hay distintas teorías sobre el origen de esta pandemia. Da igual. Todas las direcciones conducen a algunos monos muy peligrosos.
Lo que nos está pasando es como si el tremendo castillo de naipes que es esta sociedad capitalista cayera quitando una sola carta. Me preocupan los políticos que dicen que todo volverá a ser igual. ¿Igual?¿Le darán otra vez el dinero público a los bancos? ¿Volveremos al cambio climático, a quemar petróleo, maltratar animales, consumir y derrochar, a talar la selva, a esquilmar el mar? ¿Se volverán los pobres más pobres? Prefiero soñar con un cambio social. Las crisis son una oportunidad para distinguir lo importante de lo que sobra. Yo confío en la gente: históricamente han cambiado la sociedad cuando se toca fondo.
La derecha siempre ha intentado desmontar lo público y hoy sus votantes andan mendigando una cama o un respirador. Después del SIDA, las gripes porcina y aviar, o las vacas locas, los distintos responsables políticos se han dormido en los laureles sin pensar en pandemias anunciadas por los científicos. Sólo Corea se previno contra pandemias tras el Foro de Davos de 2007. La élite de empresarios, políticos, intelectuales seleccionados en plena crisis del SIDA, no atendieron ni a sus propias recomendaciones. Una pandemia era posible y esperable. Las conferencias mundiales sobre el medio ambiente se las han pasado por el forro.
Para los políticos, vende más un aeropuerto que no se usa, o un tren veloz que no ha pedido nadie, que hacer un almacén de respiradores, caretas y laboratorios por su milésima parte. Pero encima, se han dedicado a desmontar la sanidad y la investigación. Además, no les afecta esta crisis. Cobran lo mismo y se están tocando la zarabandilla.
El campo está vacío y maltratado, las ciudades son una ratonera. Encerrona mundial. El balcón ha sido para muchos el aire imprescindible para tener esperanza.
Las personas ligadas al campo han seguido libres con muchos problemas. Los pequeños huertos, en la incertidumbre. Se puede coger pero no plantar ni mover tierra. Esto a nivel estatal son miles de toneladas de comida autosuficiente. Esto es una medida pensada por idiotas. Nadie valora tanto huerto y tanta comida cultivada por los pobres. Hoy, salen los niños, funcionan las fábricas, las grandes superficies. Pueden ir cuadrillas de jornaleros juntos y no puede ir un hortelano sólo a plantar y sembrar comida. La huerta siempre humillada. Hay veinte mil huertos en Navarra y seguimos en la incertidumbre. Esto es porque nos mandan urbanitas, señoritos de ciudad que piensan que las patatas vienen del Eroski.
Para llenar estanterías de grandes superficies, hacen falta 150.000 personas para la próxima cosecha en la piel de toro. Los parados, salvo excepciones, no aguantan este trabajo aunque sean deportistas. Ahora, los duros emigrantes son la esperanza. Estos humanos aportan mucho y son atacados por otros estúpidos que nos pondrían a desfilar tras su bandera, con el paso de la legión. Almería se hizo grande con los pies descalzos de los negros en los invernaderos, y luego fueron atendidos en hospitales por los pesticidas. Eran otros tiempos. El racismo es el pus de esta pandemia. Se van a probar vacunas a África, como si no hubiera blancos más a mano. Otros daños colaterales son que nos inflan a denuncias la multitud de policías que tenemos y de paso nos geolocalizan a todos. Entre otras importantes operaciones, han cogido a uno en San Adrián corriendo por un camino, un setero y dos mariscadores.
El fracaso es una buena oportunidad para empezar de nuevo con inteligencia y equidad. Valores como la autonomía, el respeto a los demás y el medio ambiente tienen el campo abonado, esperemos que con estas semillas nazca algo bueno. Todas las películas de ciencia ficción eran mentira. Las gentes en estos casos nos volvemos más positivas.
En el día después, tendrá que haber cucharas para todos, porque si no, alguno le dará una patada al calderete. Se debe hablar de renta básica, de comida, de más sanidad, de parados, jubilados, de autónomos, recortes de sueldos y de beneficios de grandes compañías y políticos, ajuste del gasto, paralizar grandes obras, anular todas las deudas que provocan las multinacionales y no se pueden pagar a nivel mundial. Sobre todo, hay que construir un mundo nuevo, hacen falta pioneros, gente con ideas, transformar si se puede pacíficamente, este estado de cosas que no pinta nada bueno.
Es hora de generar una sociedad más equilibrada, ya es el tiempo de que la humanidad se haga adulta y actúe en consecuencia, con el medio ambiente, con las personas, con la tierra.
Es la primera vez que los humanos nos llevamos una buena hostia, todos a la vez. En escolapios aprendimos a tortas y vive Dios que aprendimos.
Nuestros hijos acomodados, han tenido que superar su frustración con notable en este primer curso inesperado de valores. 43 días encerrados y se han portado mejor que los mayores. Da ganas de llorar ver a los niños con mascarillas. Este es el mundo que les dejamos. Ahora en vez de querer ser futbolistas, quieren ser enfermeras. No olvidarán los tiempos en los que le vieron las orejas al lobo. Esta perogrullada va para todos.
Es fácil suponer que habrá más cultivos en jardines, terrazas y balcones. Habrá menos huertos liecos y unos cuantos saldrán de las ciudades y se irán a los pueblos vacíos con ilusión. El campo acoge a todo tipo de gente. Y además se puede trabajar desde casa. La tierra da comida, autonomía y libertad. Se ha paralizado la contaminación en todo el mundo, los peces han vuelto a los canales de Venecia. Hay una ballena en Santurtzi. La Tierra tiene menos fiebre. Este virus ataca a los humanos porque esta sociedad es el virus.
Buenas noticias: no ha faltado por ahora el suministro de cerveza, que por cierto, me ha dicho un valiente distribuidor, que ha subido un 80% sus ventas. Gracias a los egipcios por un invento tan duradero. Las tiendas de barrio hacen su labor de heroínas y venden más, espero que se convierta en un hábito. Echamos en falta el mercadillo. Si las grandes superficies pueden, con un municipal regulando el aforo deberían abrirse. Muchísima gente vive de esto.
Los perros alucinan viéndonos con bozales y la incógnita es si la máscara ha venido para quedarse. Yo me pondré una de Robert Redford, que lo de ligar se ha puesto casi imposible.
Pensamiento positivo, no gastamos en zapatos y casi todos tenemos algo en la nevera. No hay bombardeos rompiéndolo todo como en Irak o Siria. Hay agua caliente y no estamos en una patera.
Si no aprendemos de esta, vendrá otra peor. Francisco le dijo a Évole: “Dios perdona siempre, pero la naturaleza no perdona nunca”. Aurrera, de esta salimos mejores, más amantes de la naturaleza, más solidarios y espabilados.
La huerta espera su infinito mañana y su poeta.
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