Cuando el pasado mes de julio el río Zidacos desbordó buena parte de los pueblos por los que discurre, la gente no paró de hacerse preguntas y de buscar culpables. La realidad es que los primeros responsables del desastre somos los seres humanos que, incapaces de atender la orografía natural del terreno, nos dedicamos a construir en un espacio que es por naturaleza propio del cauce fl uvial. No han sido pocos los especialistas que han sugerido observar las construcciones de nuestros antepasados para aprender de su respeto por los cauces naturales. El más antiguo de estos ejemplos es el castro vascón de Las Eretas en Berbinzana, ubicado junto al río pero jamás engullido por él.
El yacimiento arqueológico de Las Eretas ocupa la primera terraza fl uvial del río Arga, a unos 317 metros sobre el nivel del mar. El Arga afl uye al Ebro unos 40 kilómetros al sur, y el yacimiento está situado a escasos metros de su margen derecha, junto al casco urbano de la localidad. Se trata de un castro vascón que muestra una gran diferencia respecto a otros poblados cercanos de la época: su ubicación en llanura o tell , lo que obligó a sus habitantes a fortifi carse con la construcción de una poderosa muralla. En todo caso, no hemos de descartar cierta hostilidad en la zona, habida cuenta de la presencia de otros poblados contemporáneos localizados en un radio de 5 kilómetros: El Castellón y El Castillo en Larraga, y Panadiago en Miranda de Arga.
No resultaría extraño, pues parece claro que los núcleos de relativa importancia durante la Edad del Hierro no están aislados, y parece lógica la presencia de otros poblados que explotaran también el mismo territorio. Junto al desaparecido Cabezo de San Mauricio en Funes, Las Eretas es el único yacimiento de la zona emplazado en llanura, dado que la mayoría de ellos se ubicaban en altura. Pero lo único que parece claro es que todos ellos, bien sea mediante la ubicación en lugares con defensas naturales, o mediante la fortifi cación de sus poblados si carecían de ellas, pretendían defenderse de otros seres humanos. Algunos autores apuntan a la inestabilidad provocada por las invasiones celtas como elemento clave en la fortifi cación de los poblados, aunque otros como Javier Armendáriz se decantan más por la inestabilidad política imperante en el momento histórico que nos ocupa, que les obligó a defender sus poblados y vigilar sus extensiones territoriales, las cuales tenían un cariz mucho más económico que político. Lo cierto es que ambas teorías podrían resultar complementarias.
Reportaje completo en la revista de La Voz de la Merindad del 15 de septiembre de 2019
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