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Del Burgo, el gran trilero

15 abril, 2018 por La Voz de la Merindad Deja un comentario

 Después del vapuleo que le dio Floren Aoiz en el libro Tres tristres trileros yo abrigaba el temor de que Jaime Ignacio Del Burgo se iría apagando a la par de su cirio vital y dejaría de sorprendernos. Craso error de mi parte. Del Burgo es de los que mueren matando y he ahí su último libro que ha presentado con la impresentable Ana Beltrán y cuyo resumen circula por la red en 13 páginas insuperables.

Viene a ser su testamento político, con sus conocidas tesis sobre la Navarra españolísima fagocitada por los vascos, discurso mendaz que ya ha sido largamente contestado y que no merecería más atención si no fuera porque Del Burgo se supera de tal modo que uno no puede evitar volver a reconocer su contumacia. Definitivamente, es el as del trile, ese arte medieval de embaucar y estafar escondiendo una bolita entre dedos y cubiletes, que debió traer traer por aquí algún Del Burgo entre la tropa del Duque de Alba

Lo de ocultar le viene de casta: ya hemos contado muchas veces cómo su familia ha mantenido siempre que en Navarra hubo 678 fusilados y lo sostuvieron en publicaciones mucho después de haber aparecido el libro Navarra 1936. De la esperanza al terror con las fichas de más de 3.000 fusilados. Él nunca ha rectificado. Más tarde le han pillado en manipulaciones de documentos, para intentar demostrar la españolidad de Navarra desde el Pleistoceno, y todavía anda el hombre insistiendo en que fue ETA la autora del atentado de la estación de Atocha. Le descubrieron la bolita en todos los casos, pero él siguió entrenando. Un profesional.

Ahora dice no saber qué hubo por estos lares en la prehistoria o en los primeros siglos de la antigüedad pero que “desde luego no se han encontrado restos arqueológicos de los vascones”. Así, el trilero no hace desaparecer una bolita sino Vasconia entera, documentada por romanos, francos, godos, árabes y toda la historiografía hasta nuestros días. ¿Estás en lo que celebras Jaime Ignacio? ¡Todo Navarra está lleno de restos vascones señor mío! ¡Hasta se habla todavía su lengua! ¿O es que esperabas que en las excavaciones aparecieran los esqueletos de nuestros antepasados con lauburus y txapelas? ¿O crees que a los vascones no les gustaban las sigilatas romanas o las armas visigodas? Si vives mil años y encuentras mis despojos agarrado al Macintosh con el que ahora escribo, ¿deducirás que fui un norteamericano? Un poco de nivel, Jaime Ignacio.

Así, una vez desaparecidos los vascones surgen nuevos galimatías: desde la fundación del Reino de Navarra los navarros eran navarros y nada tenían que ver con los vascos, dice nuestro hombre. Todos los cronistas, desde Eginardo, lo contradicen y esa “navarra primordial o nuclear”, afirma Lacarra, se formó por gente de raza y de lengua vasca. El mismo Fuero General emplea “bascongado” y “navarro” como sinónimos de euskaldun, y los archivos rebosan de documentos que llaman bascongados a paisanos en una línea diacrónica cada vez más al sur de Olite. Pero el trilero va a su bola, sin mirar lo que escriben los demás.

“La huella del vascuence como forjador de la identidad navarra es inapreciable” nos dice un Del Burgo venido arriba, y uno se pregunta si no habrá visto, siguiera de canto, los 59 volúmenes de la “Toponimia y Cartografía de Navarra”, dirigidos por Jimeno Jurío y editados por el propio Gobierno de Navarra. En 1956 el falangista Iribarren Paternain, Premio Nacional de Literatura, escribía que “Navarra, como núcleo étnico, integra una de las siete tribus euskaras” y que de sus 864 pueblos, 731 tienen y conservan nombres vascos, 102 poseen denominaciones bilingües (una, la primitiva, en euskera, y la otra, de uso corriente, romance) y solo 31 son de dudosa filiación. Inapreciable, dice Jaime Ignacio.

Puesto a hacer desaparecer cuanto le contradice, el gran trilero oculta que mucho antes de Sabino Arana existía una conciencia generalizada de pertenencia a un pueblo común, sustentada muchas veces por la propia Diputación navarra. Que ya en 1672 esta salió en defensa de “sus hijos y naturales, y los de las nobilísimas Señorío de Vizcaya y provincias de Guipúzcoa y Álava”. Que durante todo el siglo XVIII se dio una “confederación tácita de los vascos” que alude el viajero Baretti y admiten historiadores nada sospechosos como Caro Baroja o Rodríguez Garraza. Que es de nuevo la diputación navarra la que en 1866 propone a las otras tres formar el Laurak Bat. Que todo Navarra se llenó de asociaciones, periódicos, bancos y partidos políticos con la denominación “vasconavarra”. Que para cuando nació el PNV no había nadie –y digo nadie- que negase que Navarra formaba parte de un tronco común vascón y que no ensalzase la unidad vasconavarra. Por eso cuando se celebraron las primeras Asambleas de ayuntamientos para dirimir si los navarros preferían un Estatuto Navarro o Vasconavarro fueron tres las ocasiones que votaron a favor del segundo con los votos de republicanos, socialistas y carlistas, con mayorías abrumadoras de hasta casi el 90% de los votos. Esto el trilero lo oculta, para hacer solo hincapié en las divisiones que se dieron cuando ya la derecha navarra –de eso sabe mucho su padre- había decidido cargarse la República.

Luego, ya es sabido, vino el terror abertzale que solo de las tres provincias hizo huir a 200.000 personas y escamotea –siempre el trile- los datos de Navarra para que no nos pongamos a extrapolar las cifras totales que manejan al número de habitantes o de votos abertzales de cada localidad, y tener que explicar dónde están los 1.000 escapados que corresponden a Tafalla, los 1.500 de Burlada, los 20.000 de Iruñea o los 300 de Leitza. Debajo del cubilete de Del Burgo, sin duda.

Pero hay un último trile que es clave. Sostiene Del Burgo que en 1977 Navarra decidió crear su propia autonomía, cuando bien sabe que siempre se le negó toda posibilidad de refrendarlo en las urnas y a eso se ha dedicado toda su vida nuestro trilero: a imposibilitar que Navarra pueda tomar sus propias decisiones democráticas. Con la bola de que vienen los vascos se disimula cómo Madrid viola nuestra legislación y quebranta las decisiones de nuestro Parlamento cuándo y como quiere, gracias a la inestimable ayuda de sus judas y mamporreros locales. Sin vergüenza, nuestro gran trilero sigue siendo un mero mercenario castellano, peón de cualquiera que venga a consolidar la conquista. Con los años va perdiendo reflejos y ya resulta patético verle manejar los cubiletes, pero siempre encontrará alguien que se deje embaucar.

Jose Mari Esparza Zabalegi / Editor

 

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Bandas, banderíos y bandera de Navarra / Jose Mari Esparza Zabalegi

17 mayo, 2017 por La Voz de la Merindad 17 Comments

Emocionado estoy por la decisión de algunos partidos de derechas, PSOE incluido, de manifestarse a favor de la bandera de Navarra. Se ve que han recapacitado y por fin han decidido sumarse a la soberanía del antiguo Reino. No sé quién leerá el comunicado final, pero le he preparado algunos apuntes sobre nuestra bandera, que estoy convencido incorporará a su arenga.
Por ejemplo, debe citar que la primera vez que aparece una mención a la bandera de Navarra es en 1512, cuando el cronista castellano Correa cita “una bandera colorada con ciertas bandas de oro”. Es un honor que la primera vez que aparece nuestra bandera en la historia, sea a favor de la independencia y enfrentada, ¡cómo no! a la de España. “Ellos –nos dice Correa- nombraban Francia, Alemania, Navarra; los nuestros España, Castilla”.
Durante siglos la bandera de Navarra continuó estando bajo sospecha, en un territorio que en 1694 todavía era considerado por la cartografía oficial francesa como “Usurpée par les Espagnols”. No es de extrañar que cuando en 1808 Dominique Garat propuso a Napoleón formar un “Estado Nacional vasco” llamado Nueva Fenicia, la bandera de dicho nuevo estado “sería la de Navarra”.
Suma y sigue: en abril de 1831, la Brigada de Voluntarios del Reyno celebró un acto solemne de bendecir las banderas, lo que provocó una protesta del virrey español porque las enseñas, regaladas por Diputación, eran únicamente las de Navarra y no las del rey de España. La Diputación contestó que seguía siendo “Reyno distinto y separado en Territorio, Fuero y Leyes” y que no podían colocarse otras banderas “sin introducir una novedad muy perjudicial”.
En enero de 1910, la Diputación Foral acordó encargar el diseño de la que en lo sucesivo debía ser la bandera oficial de Navarra. Para ello Diputación consultó oficialmente a tres conspicuos patriotas: Arturo Campión, Julio Altadill y Hermilio Olóriz. El banderío que el día 3 va a acudir a la manifestación debería hacer un homenaje a los tres padres de la criatura: Olóriz, nuestro gran poeta, autor de la Cartilla Foral, para el que Navarra era tronco y matriz “de la Nación Vasca”, y que murió desengañado de una España empeñada en “derribar el árbol santo a cuya sombra vivió feliz la Euskal-herria”. A su muerte en 1919, el Diario de Navarra  lo llamó “El cantor de las glorias vascas”.
Y qué decir de Altadill, autor de la Geografía General del País Vasco-Navarro, nuestra primera gran obra enciclopédica del siglo XX. Gran amante de la Euskal Herria, como lo fuera el gran Campión, el mayor referente de nuestra cultura. Antes de ser bordada, la bandera fue pintada por Javier Ciga figura cumbre de la pintura navarra, detenido y torturado en 1936 por patriota vasco. Otro más, de la misma banda napartarra.
Una vez diseñada, el 17 de julio de 1910 el Diario de Navarra daba la noticia: “Ayer a mediodía se inauguró y colocó en el balcón de la fachada del Palacio Provincial la bandera de Navarra. (…) Bastante público presenció la inauguración de la bandera provisional. También en el Centro Vasco ondeó la bandera de Navarra”. Desde esta primera crónica se desprende que la bandera suscitaba recelos en los españolistas y apoyo entre los nacionalistas vascos y los napartarras, que fueron los primeros en usarla. Ese mismo año, el alcalde liberal de Pamplona ordenó quitarlas de la Plaza del Castillo y sustituirlas por españolas; para el periódico El Demócrata Navarro era una bandera napartarra y consideró su exhibición como “explosión de separatismo”. Pese a todo, fue ganando terreno y balcones municipales, hasta la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera, en la que fue perseguida. Un concejal nacionalista de Tafalla, Santi Doxandabaratz, tuvo que escapar al exilio “por haber colocado la bandera de Navarra en el balcón del Ayuntamiento” el día de San Francisco Xabier. Durante la segunda República, recuperó terreno y volvió a muchos balcones municipales, pero con el nuevo golpe militar franquista volvió a desaparecer. Ni requetés ni falangistas la sacaron el 18 de julio del 36. La española y punto.
Conforme avanzaba la dictadura, la bandera de Navarra fue ganando espacios, siempre impulsada por los sectores más vasquistas, fueran nacionalistas o carlistas desengañados. En 1955 se colocó en el Ayuntamiento de Tafalla a instancias, otra vez, de Santi Doxandabaratz a su regreso del exilio. Pero las autoridades españolas seguían desconfiando: en mayo de 1959, impusieron una multa de 250.000 pesetas, una fortuna entonces, al club de fútbol Osasuna, con motivo de su viaje a Caracas para participar en la Pequeña Copa del Mundo. Se les acusó de haber visitado el Centro Vasco; de haber rechazado una invitación de la Embajada de España; de haber sacado la bandera de Navarra al campo de fútbol y de no haber sacado la española. Grande, Osasuna.
El banderío españolista que el día 3 saldrá a la calle solo comenzó a reivindicarla en serio hacia 1977, a la par de la legalización de la ikurriña. En este sentido son esclarecedoras las palabras de Carlos Clavería en el Consejo Foral en febrero de 1978: “Hace dos años yo solicité en este mismo Consejo que se izara la bandera de Navarra en todos los centros escolares y edificios públicos dependientes de esta Corporación, pero no se tuvo en cuenta hasta que ondeó la ikurriña”. Clavería, claro está, también era de la banda abertzale
De todas estas cosas hablarán sin duda en el acto del día 3. No podía ser menos en el homenaje de una enseña cuyo origen está en nuestra independencia nacional y que siempre significó libertad, patriotismo, tradición vasca, soberanía ante Madrid y unidad éuskara. Por fin, UPN, PP y PSOE se pasan al bando del abertzalismo navarro. Gora Nafarroa Askatuta.

Jose Mari Esparza Zabalegi
Editor

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Caídos por España / Jose Mari Esparza Zabalegi

19 enero, 2017 por La Voz de la Merindad Deja un comentario

"Reconstrucción", escultura en Sartaguda a las mujeres humilladas durante el franquismo

“Reconstrucción”, escultura en Sartaguda a las mujeres humilladas durante el franquismo

Tengo en la estantería un curioso libro que consulto a menudo y que al cerrarlo siempre me deja un regusto amargo. Se trata de “Caídos por Dios y por España”, editado en 1951 por la Jefatura del Movimiento de Navarra. Contiene los listados, pueblo a pueblo, de los más de 4.000 muertos en los frentes de batalla. Son los mártires de la Cruzada. La sangre sobre la que se sustentó el régimen franquista durante cuarenta años. Recibieron muchas medallas y honores y pocas indemnizaciones, porque eran muchos y no había dinero. Ayer tan loados, hoy nadie se acuerda de ellos. Son los parias de la Historia. Ni siquiera se tiene en cuenta que en esos listados hay muchos, la mayoría quizás, que fueron alistados forzadamente, unos en Falange, otros en Requeté y la mayoría en su quinta. Nadie que los aplaudió en su momento los reivindica hoy día. Están en el limbo de la Memoria y mucho me temo que seremos las asociaciones memorialistas del bando republicano las que al final tengamos que recomponer su memoria y liberarla de la sobrecarga que les impuso el franquismo.

Me he acordado de ellos al ver el protagonismo que están tomando últimamente los familiares de los 43 muertos, militares en su inmensa mayoría, ocasionados por ETA y otras organizaciones armadas en Navarra. Es comprensible el dolor de dichas familias y su derecho al duelo, pero muy cuestionable la gestión que hacen de su condición de “víctimas”. No está mal recordar que nunca jamás, ni los caídos con las derechas en la guerra del 36, ni mucho menos los fusilados durante y después del franquismo, ni siquiera en los casos de asesinato más flagrante, han recibido ni de lejos las indemnizaciones, prebendas, sinecuras y beneficios de todo tipo que han recibido estos años las llamadas “víctimas del terrorismo”, incluidos ¡oh paradoja! los servidores de la dictadura franquista. La democracia española es la única del mundo que no reconoce a los muertos que lucharon contra la dictadura, Txiki y Otaegi por ejemplo, y honra e indemniza a sus servidores, Carrero Blanco por caso. No entraré ahora a cuestionar esas compensaciones, simplemente dejo constancia del abismal e insultante agravio comparativo.

Y no es de recibo ese pretendido derecho que esgrimen para intervenir como lobby en la política, ocupando las posturas más intransigentes, antidemocráticas y hasta inhumanas, exigiendo cómo se debe tratar a las otras víctimas, a los presos enfermos, a los partidos políticos que no piensan como ellos, a los gobiernos que no les dan todo cuanto piden. Identificarse con la política más ultramontana, en nombre de los caídos, es un flaco favor a sus propios deudos porque, estoy convencido, cuando un día ya no interesen sus demandas a determinados poderes, acabarán en el mismo limbo olvidado que los gloriosos mártires del 36. Al tiempo.

Además quieren imponernos a todos una memoria de piojo. Nadie con dos dedos de frente ignora que el fenómeno ETA, como el FRAP, el Grapo y otros más, surgieron por la existencia previa del una larga dictadura. Fueron consecuencia no causa. Y que una Transición tutelada por el franquismo dejó fuera muchas reivindicaciones que se siguieron demandando, (acertadamente o no, eso ya es otra discusión) por la vía armada. La brutalidad represiva del nuevo régimen, que nada tuvo que envidiar a la del franquismo, alimentó la hoguera. A la tortura, simplemente, nos remitimos.

Pero además, aparcando la escarda que hicieron en el 36 y fijándonos sólo en una Navarra con ETA ya funcionando, hay que recordar que antes de que mataran al primero de ellos, el comandante Imaz, la policía española había matado a tiros, sólo en este territorio y entre 1961 y 1977, a 16 personas; cinco más el Ejército y dos los paramilitares. Unos a tiros, otros en la tortura, otros a bombazos. Veintitrés muertos que nunca son recordados por la Fundación Tomás Caballero, ni constan en el calendario recientemente repartido por el periódico que en Navarra, no lo olvidemos, editó el Bando criminal de Mola. Y a pesar de ser la mayoría de ellos luchadores antifranquistas, jamás han tenido indemnización ni reconocimiento alguno como víctimas de una dictadura que llevaba más de tres décadas matando. Es después de estas 23 muertes cuando comienza el famoso listado de los 43, alternándose con una larga lista de nuevas violaciones de derechos humanos por parte de los aparatos del Estado, de los cuales los asesinatos de Gladys, Germán, Zabalza o Berrueta son los casos más sangrantes.

Mientras sigan sin indemnizarse a las víctimas del 36, las de 40 años de franquismo y las docenas de muertos a partir de la Transición, los familiares de las 43 víctimas seguirán recordándonos las dos varas de medir que la justicia española ha tenido y tiene en esta tierra. El derecho a la memoria y a la reparación es de todos, y pierde toda su credibilidad quien lo monopoliza.

Y mientras amparados en una veintena de fundaciones bien nutridas, unos familiares pueden insultar, zaherir, poner etiquetas y decir barbaridades, otros tienen que callar para evitar que caigan sobre ellos anatemas por apologías al terrorismo o por presuntas “ofensas a las víctimas”, último artilugio para que nadie pueda denunciar sus desbarres y oponerse a su discurso de odio y de venganza. La reciente petición de dos años y seis meses de prisión a una joven por meterse en twitter con Carrero Blanco, supone el hazmerreír de la democracia y el total descrédito de las asociaciones de víctimas que lo han posibilitado. Otros dos años de cárcel, amén de otras gabelas, piden a tres “seleccionados” entre los cientos de vecinos que desde hace 30 años hacemos un brindis en fiestas de Tafalla con los familiares de los presos. En estos momentos hay más condenas por “apología del terrorismo” que cuando funcionaba ETA, un buen indicador del concepto de libertad que nos ofrecen.

Nunca creímos el cuento exclusivista de los Caídos por Dios y por España. Tampoco el de los caídos “por la libertad y la democracia” que con palo y zanahoria quieren imponer ahora. Por la libertad y la democracia, ese sí, murió Jose Luis Cano en una calle de Iruñea y como él cientos más. No nos confundieron entonces. No nos van a confundir ahora.

Jose Mari Esparza Zabalegi / Editor

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Cita en Altsasu / Jose Mari Esparza Zabalegi

23 noviembre, 2016 por La Voz de la Merindad Deja un comentario

alsasua-171016Lo más inaudito del auto judicial que ha llevado a la cárcel a siete jóvenes altsasuarras es acusarles de crear un «clima» entre los ciudadanos para evitar que entablen vínculos afectivos con la Guardia Civil. Viene a decir que, si no fuera por los abertzales, los guardias serían miembros de las peñas y sociedades gastronómicas, potearían con cualquier cuadrilla, ligarían con las neskas vestidos de uniforme y vivirían en casas como los demás vecinos y no en ghettos. La cosa sin embargo, no es tan simple.

La llegada de la Guardia Civil al País de los Fueros no pudo ser más desdichada: vino de la mano del centralismo como instrumento de cohesión y control del Estado liberal. Eso le puso desde el primer momento en guerra abierta contra las cuatro provincias y en permanente hostilidad. Ya en 1844, año de su fundación, el Cuerpo reconocía «lo difícil que es llenar el Tercio del 10º distrito con licenciados del País». El distrito y el país al que se refería no era otro que las cuatro provincias vasconavarras. Mark Kurlansky escribió que desde su fundación, «la Guardia Civil se convirtió, y lo ha continuado siendo, en el factor más irritante en las relaciones entre vascos y españoles». Hoy día sigue siendo algo extraordinario la presencia de vascos en el Cuerpo: hasta la derecha navarra más españolista, prefiere a sus hijos en la lista del paro que en la Benemérita. En el fondo, los políticos del PSOE o UPN son quienes peor les tratan: los aplauden y jalean por interés, pero luego no van con ellos ni a jugar al mus; jamás les brindan su amistad, ni su txoko, ni su casa. Ajenos al país, encerrados en sus cuarteles y sin integración social, son el paradigma del ocupante.

Resulta peculiar que su fundador, Francisco de Girón y Ezpeleta, naciera en Pamplona, del cruce de un militar acantonado y una indígena euskaldun. «Cuando llegué a Madrid –escribió– no entendía una sola palabra de castellano, y no perdono a mi madre que me dejase olvidar el vascuence, mi lengua nativa, que muy poco me hubiera costado el conservar sabiéndolo muy bien mi madre y toda mi familia materna, pero el deseo de que yo hablase pronto y bien el castellano la llevó a este descuido, si así puede llamarse, que toda mi vida he sentido». El gorro de charol no llegó a casar con el vascuence.

Su repaso histórico es estremecedor. La defensa del orden central exigió primero la represión de las rebeliones carlistas, multas, destierros, deportaciones. Con la abolición foral, se dedicó a la persecución de los prófugos y del contrabando, consecuencias de la imposición de las quintas y de las nuevas fronteras. No es casualidad que el primer guardia muerto en Navarra fuese en un levantamiento de mozos que no querían sortearse. Fue en Tafalla, en 1846. Su tarea más importante fue la defensa de la nueva propiedad privada, en manos de los ricos liberales tras las forzadas enajenaciones de los bienes comunales. En muchos casos, la Casa Cuartel se construía paredaña a la del propietario, incluso, como en Sartaguda en la Casa del Infantado, con garitas de vigilancia comunes. Los paisanos que pedían tierra fueron cruelmente tratados. Los enfrentamientos del siglo XIX continuaron el siguiente: en 1914 mataron a tres jornaleros en Olite; en 1918 otros cuatro en Miranda. Los ricos, asustados, exigían más y más cuarteles. Una característica se adhiere a la historia del Cuerpo como el gorro de charol: la impunidad.

Con la llegada de la II República arreciaron las voces exigiendo su disolución. Los guardias siguieron disparando y matando paisanos indefensos: Alsasua, Villafranca, Cadreita o Roncal, por citar solamente el caso navarro. No eran abertzales de Alsasua sino ugetistas de la Ribera los que cantaban la jota: «Ya no se llaman civiles / los del gorro atravesado / que se llaman asesinos / del trabajador honrado.»

Cuando llega el golpe militar de 1936 la Guardia Civil adquiere en Navarra un protagonismo estremecedor. Tres mil fusilados salpican mucha sangre. Pasaron a la leyenda el sargento «Terror» en Lodosa; el brigada «Serafín» en Villafranca; el cabo Escalera en Peralta; el «Sargento» en Mendavia; el comandante de puesto «Rufino» en Buñuel; el «Teniente» en Baztan… Impunidad absoluta.

Donde pudieron, los vascos se quitaron de encima este lastre histórico: nada más ser elegido lehendakari del nuevo Gobierno Vasco, Jose Antonio Aguirre disolvió la Guardia Civil. En un país liberado, no cabía la Benemérita.

Luego, hablar del franquismo fue hablar de la Guardia Civil. Entre los opositores al régimen, el regreso de la democracia no se entendía sin la abolición de ambos. García Lorca nos lo recordaba continuamente. Pero la Transición, como en tantas cosas, no tuvo bemoles. Sólo en tres provincias se consiguió un discreto repliegue a favor de la Ertzantza.

La historia posterior es conocida. Apenas aprobada la nueva Constitución, unos guardias ebrios mataron a dos jóvenes en la sala de fiestas Bordatxo en Doneztebe. Fueron absueltos. La impunidad iniciaba una nueva etapa. El «Terror» de Lodosa se iba a llamar ahora Galindo, Intxaurrondo… En Navarra, tras el asesinato en Tudela de Gladys del Estal, casi un centenar de ayuntamientos democráticos solicitaron su retirada y su sustitución por la Policía Foral. Hasta Víctor Manuel Arbeloa se lo decía: «Señores guardias civiles / dejen en paz sus fusiles». Luego vino la Foz de Lumbier, Lasa y Zabala, Mikel Zabalza… Todo impune.

Si los vasconavarros fueran consultados directamente en las urnas sobre mantener las Casas Cuartel o sustituirlas por una policía foral, no habría una sola aldea que lo dudase. La permanencia de la Guardia Civil está totalmente ligada a esa ausencia del derecho a decidir. A la falta de respeto democrático. A la falta de soberanía. Fueros, autonomía o nacionalidades fueron, y son, sus principales enemigos. Y especialmente los gobiernos, como el de Navarra, que reclaman esos derechos. La provocación de Altsasu tiene una carga desestabilizadora evidente.

Las alegorías del siglo XIX pintaban a la Guardia Civil como un pulpo, con la cabeza en Madrid y los tentáculos hacia la periferia. El pulpo ha conseguido mantenernos atrapados a España, pero es evidente que no ha logrado ni hacernos españoles ni amar el cefalópodo. Este sábado en Altsasu volverá a demostrarse.alsasua-171016

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Jose Mari Esparza Zabalegi. Navarra fuera de onda

16 febrero, 2014 por La Voz de la Merindad Deja un comentario

En los primeros años de la transición participé en Italia en un programa de Radio Milán, la de más audiencia en la ciudad. Era una radio libre, de izquierdas, con debates abiertos sobre los temas más candentes. Había en el país centenares de radios similares, compitiendo con los grandes monopolios estatales. Recuerdo que entonces creí que eso ocurriría en la democracia española: el aire era un bien de todos, comunal, y con las libertades, cualquiera podría emitir sin molestar al vecino. La calidad, la audiencia y el mercado (de eso se trata en el capitalismo ¿no?) regularían el medio y cada uno podría sintonizar la emisora que quisiere en santa libertad. Habíamos crecido en el franquismo, cuando Radio Zaragoza y Radio Calahorra eran las emisoras más instaladas en Navarra; con la autonomía, podríamos repartir las ondas navarras como se reparte la tierra comunal, en lotes equitativos. ¡Qué ingenuos éramos!

Como pródromo histórico, recordemos cómo la primera radio en Navarra se hizo en Tudela y tuvo nombre vasco: Radio Muskaria. Comenzó a emitir en 1933 y a los cuatro días fue cerrada por orden de la autoridad. Conseguidos los permisos, emitió hasta la guerra de 1936, siendo suprimida definitivamente. Luego, 40 años de idiocia, escuchando el parte nacional de España. No se cerraban radios porque no se abrían. Con la nueva Constitución, la gente se creyó en democracia y comenzaron a abrirse emisoras que fueron, más pronto que tarde, cerradas por la Guardia Civil, incluidas las parroquiales. Recordemos Radio Paraíso de Pamplona, clausurada tras hacerse eco de la muerte por torturas de Joseba Arregi. Desapareció Sorguiña Irratia en euskera; Club Radio Iruña; Ortzadar; Bihar; Radio Queen; Radio Iris; y Radio Pita, todas en Pamplona; Zaborra en Alsasua; Radio Eltxo y Tafalla Irratia en Tafalla, etcétera. Eguzki Irratia sufrió continuos cierres. El democrático reparto del dial navarro fue para las empresas de Madrid y si alguien quiere comprobar el grado de colonialismo mediático al que nos han sometido, basta que ponga la radio del coche y se pasee por Navarra: Radio Nacional, Ser, Cope, Onda Cero, Radio María… Muchas de ellas emitiendo de forma ilegal. Lo que ocurre con Euskalerria Irratia, los medios de EiTB o las radios locales, demuestra que a todos los navarros, sin excepción, nos tratan como a tontos, como a siervos colonizados. Estos 30 últimos años UPN y PSOE han entregado a Madrid, a cambio de nada, todo el espacio radiofónico. Y con este alargamiento del franquismo ya van a ser dos generaciones que van a morirse sin haber conocido, no ya Radio Milán, sino algo que se parezca a la democracia mediática. Navarra está fuera de onda.

Esta situación humillante se podría haber paliado con el reciente concurso de 42 nuevas licencias, que se anunció en su día, para más cachondeo, con el dizque propósito de impulsar la “radio de cercanía” y “garantizar la pluralidad ideológica”. En este tiempo de corrupción obscena, y en este cortijo navarro, sabíamos de antemano cuál iba a ser el resultado, pero no por estar acostumbrados dejan de indignar los nuevos escupitajos a la ética y a la estética. En una democracia seria, los responsables del Gobierno de Navarra y los serviles técnicos que han amañado el concurso serían juzgados por corruptos. En una Navarra libre, serían desterrados. Y en el siglo XVI, ahorcados por delito de lesa patria. Eso es el navarrismo de nuestra era: el burro de Troya del centralismo.

Cope, Ser, Kiss y Onda Cero siguen acumulando licencias y por si fuera poca la derechización y españolización de nuestras ondas, ahora se incorporan Radio María, EsRadio o Intereconomía, provenientes de las cloacas del neofascismo. De las 42 nuevas licencias concedidas, 26 son castellanas, y además en las plazas más codiciadas. Tan solo 16 licencias han sido para empresas navarras y la gran mayoría en las zonas menos pobladas, en los guetos montañeses dejados ya por perdidos para las empresas estatales. Euskalerria Irratia, 25 años emitiendo, seguirá ilegal. En Tafalla, las cinco licencias existentes tienen su sede en Madrid. El único proyecto local, liderado por un medio de comunicación (La Voz de la Merindad) que tiene ya 85 años, con trabajadores, base social, locales y red comercial asentada, etcétera, ha sido orillado a favor de Intereconomía. “Radio de cercanía” decían; “pluralidad”… cantinelas de mafiosos, juegos de trileros, que algún día aparecerán en las denuncias de Kontuz!

La colonia queda así bien amarrada: de las 61 licencias existentes, las 43 mejor situadas, el 71% son ajenas a Navarra. Las otras 18, el 29% son navarras, y de estas no faltan las que están en manos de la derecha. Un panorama desolador que empeora mucho más si nos fijamos en el campo de las televisiones. La brutal reacción al poste repetidor colocado por EA para captar la señal de ETB en Navarra es un nuevo latigazo del colonizador, un sinsentido más en la era de la comunicación. Pero también es un acicate más para echar de las instituciones navarras, a escobazos si es posible, a tanto sinvergüenza. El aire de Navarra es de los navarros. No tenemos por qué ir a Milán a escuchar una radio decente.

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