Decir de una peluquera aficionada al canto que la música le trae de cabeza parece peyorativo. Y no es así. O tal vez sí teniendo en cuenta que tiene que conjugar su jornada laboral con otra tarea que le ocupa su otro tiempo y en la que está inmersa desde la cuna.
Asun Calvo Zalacain creció entre la música. Su abuelo Paco Zalacain tocaba la trompa, su padre Mariano el piano y dio clases de canto. Desde edad bien temprana y hasta los 13 años acudió a la Escuela de Jotas y “a regañadientes” a la Escuela de Música de Tafalla en donde tuvo sus coqueteos con la guitarra y el piano. Que le gustaba cantar y tenía aptitudes parecía claro. Así lo comprobaron en un concurso telefónico de televisión al que llamó para interpretar 100 gaviotas de “Duncan Dhu” y ganó un aparato de karaoke que nunca pudo usar.
Tras acabar los estudios en el Instituto hizo peluquería en Burlada. Al poco se trasladó a Barcelona para perfeccionar lo aprendido y cursar asesoría de imagen. A la vuelta ejerció durante tres años como maestra en la Escuela de Peluquería y Moda de la Asociación de Peluquería en la capital navarra y desde 2003 desempeña su profesión en la empresa que regenta Luis Rubiera. Circunstancias personales le llevaron de nuevo hacia la música, disciplina que nunca había abandonado, y al objeto de corregir alguna que otra afonía se apuntó a clases de técnica vocal en Pamplona, primero con la soprano Dorota Grzeskowiak (Polonia) y después con el tenor Jorge Juan Morata. Asesorada en la voz por la profesora de canto María Eugenia Echaren, le derivó a clases con Nekane Piñuela con quien continúa a día de hoy en la escuela “Ahots”, donde optimiza al máximo el rango de su voz, a la par que trabaja las claves de la actuación analizando partituras y textos.
Reagge para empezar
Su amiga Rakel Marquina le puso en contacto con el grupo de reagge “Nayahsound” necesitado de corista. Confiando en su activa herramienta se puso a cultivar ese género musical y los coros de esa banda. Las primeras actuaciones le sirvieron para conocer el escenario y coger tablas. “He descubierto una afición que tenía dormida. La música me ha dado la posibilidad de conocer mucha gente, abrirme al mundo de otra manera y llenar el mío propio de una satisfacción y disfrute que nunca antes había experimentado”, asegura convencida mientras exhibe una sonrisa que le baila en los ojos y en la expresividad de sus manos.
Consciente de su potencial y el deseo de avanzar, ese primer paso le llevó, en la misma escuela, a unirse como solista en un grupo de combo que versionaban blues y rock antiguo. Para entonces, iba venciendo poco a poco su timidez, combinando las actuaciones con “Nayahsound” y con otras esporádicas, ”siempre como apoyo” -subraya-, en la “Pseudobanda” en donde toca su hermano Mariano. Pero quería seguir creciendo en otros proyectos más amplios.
Texto: Mari Jose Ruiz
Artículo completo en la revista Merindad 15 de octubre de 2016