
Ramón Esquíroz “Calandria”
El pasado día 18, un día frío, enterramos a Ramón Esquíroz, el popular “Calandria”, con su túnica de romero. Tenía 84 años. Ver su cuerpo yacente hizo que muchos hiciéramos el mismo comentario: era la primera vez que veíamos a Ramón tranquilo, sin prisas, sin estar organizando algo.
Si no hubiera heredado de su familia el apodo de “Calandria”, por lo de cantarines, es posible que se lo hubieran puesto a él, por lo de inquieto, por estar siempre incansable agitando el paisaje local.
Estudió música y para finales de los años 40 ya estaba tocando la trompeta con El Aguazón y montando su primer grupo musical, la Orquesta Ámbar, con Fernando Asa, Javier Beorlegui, Armando Ricotti y Francisco Iradier. Además, en la Banda de Música durante muchos años. Tuvo oficio medievales, ya desaparecidos, como el de pregonero o cultivador de canarios. También fue alguacil y, hasta su jubilación, trabajó de conserje del Ayuntamiento. Pero su vocación era promover, crear espectáculo, embellecer la fiesta. Y en eso tuvo una gran compañera, Maritxu Gárriz, que nunca se quedó atrás en arrimar el hombro. En 1965 formó el grupo de Clarines y Tambores que todavía acompaña a la Corporación. En 1972, junto con Marino González “Cantarero”, creó el “Grupo de Majoretts y Banda de Cornetas y Tambores”. En 1975 Ramón recibió el Premio Nacional de Belenes, afición que continuará impulsando la Asociación de Belenistas y el folclore navideño.
Participó en aquellos días gloriosos de Txikilandia, trabajando en todo, y en el Día del Niño de 1981 tuvo su primer gran susto cuando le hirió la explosión de una caja de bombas japonesas y llevó al hospital a Calasanz y a Sasín. Diez años más tarde, otro susto el 14 de agosto, cuando el cohete preparado por Ramón con el rey de los gigantes, no subió lo suficiente y explotó en la plaza. Gajes del oficio y de la vocación. Solo al que anda, le pasa. Cientos, miles de cohetes tirados por Ramón explotaron en el cielo, anunciando y alegrando la Fiesta.
Cuando en 1990 se inauguró el “Rincón del Auroro”, César Flamarique no olvidó agradecer a Ramón y Maritxu los muchos años que habían cedido el local como lugar de encuentro en las madrugadas de aurora. Y así con todo: comparsas de gigantes, viejas partituras, dantzaris, charangas, desfiles, espectáculos, bandas de música, clarines, auroros, belenistas, romerías, cohetes… Los pueblos necesitan calandrias inquietas que los activen.
Agur Ramón, intentaremos cubrir el hueco.
JM