Los Madriles para Melecio Brull Ayerra no se hicieron esperar. Su hermano Apolinar le había preparado el aterrizaje.
Llevaba ya 2 años en la capital de las Españas y no tuvo que pagar los infortunios por ser considerado un provinciano norteño, como tantos que llegaban de las aldeas y pueblos a buscarse la vida que solían ser objeto de bromas pesadas por parte de los desocupados y de los chiquillos.
Además el señorito Melecio Brull, llevaba bastantes cuartos en la faldriquera y como decía la Juana Gambarte, mi abuela, ir fornido de reales ayudaba bastante.
Pocos o casi ningún sanmartinejo de entre los alfabetizados, que no eran muchos, habrían leído aquellos versos quevedianos de “Poderoso caballero es Don Dinero“ pero bien habían mamado la copla. Ir a servir por la costa a las casas pudientes era algo normal. En el pueblo teníamos algún elegantón de aldea.
Hijo de tal o de cual, pequeños caciques de vecindario. Nada comparable a lo que se daban al sur de Despeñaperros.
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