[:es]Iñigo Urzain Andueza. Fotos / Argazkiak: Altaffaylla Kultur Taldea. Artículo publicado en la revista del 1 de mayo de 2020
Se ha convertido ya en costumbre. Todos los días a las 20.00 h., salimos a las ventanas a aplaudir a los servicios sanitarios que están realizando una labor encomiable en esta crisis sanitaria. En nuestro caso, vítores a los y las profesionales del Centro de Salud de Tafalla. Sin duda, está es una buena ocasión para recordar cómo la ciudad del Zidakos logró su ambulatorio. Da buena cuenta de ello el libro Historia de Tafalla de Jose Mari Esparza.
Debemos remontarnos a los años en los que Franco dictaba los designios de Navarra desde Madrid. Tiempos en los que se desayunaba, comía y cenaba nacional-catolicismo. Allá por 1950, el 24 de febrero, regresaba de Madrid el alcalde Casimiro Armendáriz Sada, empresario, que había ido a solicitar la apertura de un ambulatorio en la ciudad, debido a las necesidades médicas existentes. Topó con la negativa estatal, excusada en la falta de liquidez. Había sustituido en el cargo, el 1 de septiembre del año anterior, a Alicio Zufiaurre Irujo, alcalde predecesor. Consistorio de índole carlista en una ciudad eminentemente agraria. Habría que esperar 30 años más, hasta que las y los tafalleses tomaran partido y lo trajesen ellos mismos.
El gran cambio
Entretanto, Navarra vivió un proceso de industrialización que la transformó económica, social y culturalmente. Nada volvió a ser igual. La apertura en 1968 de la fábrica de fundición Victorio Luzuriaga procedente de Pasaia, fue un punto de inflexión para nuestra ciudad y toda la comarca. Sus gentes lo vivieron en primera persona.
Una población que crecía con el baby boom y la inmigración. Un pueblo que, con la mecanización, ya no necesitaba tantos brazos para el agro del que había dependido desde tiempos inmemoriales. Una ciudad en expansión, con multitud de proyectos y obras. Justamente, un año atrás se había formado la cooperativa de viviendas San Francisco Javier, las populares Casas Baratas, con 49 unidades. Un entorno en el que se hablaba cada vez más de la necesidad de un ambulatorio médico.
Una reclamación que nunca llega
Así pues, el 30 de noviembre de 1976 la Asociación de Vecinos Túbal entregaba más de 2.000 firmas en el Instituto Nacional de Previsión y en el Ministerio de Trabajo, solicitando la apertura de un dispensario médico de la Seguridad Social. El dictador había muerto en la cama, mientras el movimiento obrero, la cultura vasca y la lucha por las libertades políticas y civiles conquistaban las calles.
Y como las soluciones a la demanda sanitaria no llegaban, el movimiento fue a más. El 28 de mayo de 1977, decenas y decenas de personas abarrotaban el Salón de Plenos del Consistorio, mientras la asociación vecinal solicitaba al Ayuntamiento la compra de ciertos locales para la puesta en marcha de un consultorio médico. Previamente, 30 vecinos y vecinas se habían encerrado en las oficinas comarcales del Instituto Nacional de Previsión. La reclamación era un clamor popular, cuya exigencia se podía ver en pancartas y colgaduras en balcones de la localidad.
La movilización popular siguió creciendo. El 30 de junio de 1977, la asamblea convocada por la Asociación de Vecinos Túbal acogía en el frontón Ereta a más de 1.000 tafalleses y tafallesas. Se trataron temas tan actuales como la jubilación, la educación o el urbanismo. Después de 40 años, parece que hay cosas no solventadas todavía. Ante la falta de respuesta a su reclamación sanitaria, el 6 de octubre de 1977 se daba un paso más, una nueva cita en el Ereta congregaba a 2.000 personas que acordaron ir a la huelga general.
El paro fue total. La prensa local cifraba incluso en 4.000 personas la multitudinaria manifestación que recorrió las calles de Tafalla. Sin duda, más allá de las cifras, fue una de las mayores concentraciones habidas en la localidad. En Pamplona/Iruña, tras una tensa reunión con el Gobernador Civil y bajo la amenaza de proseguir la huelga, este anunció que el Ministerio autorizaba la compra inmediata de los locales. Según se cuenta, en la masiva asamblea al atardecer en el frontón se respiraba un ambiente de victoria ciudadana.
Cambio o recambio
Eran años de ilusión en los que parecía que todo iba a cambiar. Unas simples muestras de aquellos primeros meses de 1977: la Asociación de Vecinos Túbal organizaba una charla sobre el distrito universitario vasco con la participación del historiador artajonés José María Jimeno Jurío; se comenzaba a pedir la Casa de Cultura; hubo protestas contra el cierre de la biblioteca que la CAN tenía abierta; se izaba la ikurriña en el balcón del Ayuntamiento; se llenaba el frontón para escuchar la charla sobre la Autonomía de Agua de Navarra y la Marcha de la Libertad pasaba por la ciudad de camino a las campas de Arazuri reclamando amnistía total, reconocimiento de la identidad nacional, un estatuto de autonomía para los cuatro territorios y la disolución de los cuerpos represivos.
Sin embargo, los trámites comenzaron a alargarse. El dictador lo había dejado todo “atado y bien atado” y “bajo los adoquines, no había arena de playa”. El nº 243 de Merindad recoge que el domingo 9 de abril de 1978, convocados por la citada asociación, un millar de personas se manifestaban pidiendo que se agilizasen los trámites. Los manifestantes cortaron la carretera al grito de “Al pueblo de Tafalla no se le engaña” y “Menos mangantes, más practicantes”. Creatividad popular nunca ha faltado. Con la aparición de la Guardia Civil, la consigna cambió a “Menos militares y más hospitales”. ¿Tan distintas de las proclamas escuchadas en la cuarentena?
El día 11 de abril, el frontón Ereta vuelve a ser escenario de otra asamblea multitudinaria. La indignación por los retrasos, supuestamente administrativos, es general y los allí presentes acuerdan continuar con las movilizaciones. Diariamente, se suceden manifestaciones, cortes de tráfico y se decide ir al Instituto Nacional de Previsión a Madrid, encerrándose en sus oficinas hasta el regreso. Así pues, el día 11 del mismo mes, un grupo de 40 vecinos y vecinas se desplaza en autobús, poniendo música a sus intenciones:
Vamos sin prisa a Madrid
no nos importa el horario
de allí no haimos de venir
si no es con el dispensario.
Al día siguiente, la expedición tafallesa se planta frente a las oficinas de dicho organismo en medio de la calle Alcalá, repartiendo volantes a los madrileños sorprendidos, con pancartas y con carteles colgados en los que pueden leerse frases como “Los navarros tenemos que venir a Madrid (400 km) a solucionar nuestros problemas sanitarios” o “Tafalla (en Navarra) cotiza 45.000.000 al mes a la S.S. y no dispone de un simple dispensario”. Ese mismo día se solucionará el tema y con brevedad empezará a funcionar el dispensario médico. El día 16, un gran gentío recibió en la plaza de Navarra a la comitiva tafallesa.
Tras los aplausos
40 años no son nada en la historia de un pueblo. Aunque a veces, bien parece que hubiéramos olvidado lo aprendido ayer mismo. La conquista social alcanzada hubo de defenderse desde el primer momento: ante las deficiencias que presentaba el dispensario, el 13 de diciembre de 1979, a petición de la Comisión de Sanidad que presidía Esperanza Zudaire (Agrupación Electoral Popular), el Ayuntamiento convocó a todo el pueblo a una manifestación para el sábado siguiente. La situación se solucionó y la manifestación no llegó a celebrarse.
Años más tarde, el 15 de septiembre de 1986, se inauguró el Centro de Salud, siguiendo la vereda anteriormente abierta. El coste de este centro de atención médica primaria que en aquel entonces empezó dando servicio público a 11.500 personas, fue de 125 millones de pesetas, abonadas por el Gobierno de Navarra y el Ayuntamiento.
Un largo epílogo entre la sanidad pública y privada, recortes y movilizaciones, llegan hasta nuestros días, cuando la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 parece haber cerrado todos los debates en favor de una sanidad pública, universal y gratuita. Al menos de momento. Tenemos demasiado presentes las últimas movilizaciones habidas en la Merindad por el recorte en urgencias nocturnas en Pitillas, Beire, Olite/Erriberri o San Martín de Unx, redundando en el vaciado de los pueblos. Entre aplauso y aplauso, escuchemos pues el eco de aquellas luchas que suenan tan actuales.
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