Sorteo como puedo los charcos y confío en evitar los adoquines sueltos. Me paro a recolocar los bártulos que llevo encima. Por casualidad reparo en una muesca en el suelo, justo donde acaba el empedrado y comienza la acera. La huella de un gato está impresa sobre el cemento y, con este frío, se antoja cálida y mullida.
Sé que el dueño es un michi atigrado que recorre con garbo el barrio de arriba abajo. La vecina de enfrente le da jamón y, unas casas más allá, sé de una señora que lo alza en brazos como si fuera el nieto pródigo que llega el domingo a comer con una resaca monumental.
administrator2021-08-26T12:38:54+00:00
CONTENIDO EXCLUSIVO PARA SUSCRIPTORES
Debes acceder para ver este contenido, por favor, accede o suscribete.
¿Aún no eres miembro? Únete a nosotros
Deja tu comentario