Acaban rotos, perdidos o ahogados en tiempo récord: mi muñeca izquierda es un cementerio de relojes. El que más aguantó fue uno infantil con esfera azul y correa de tela, seguido por un Casio negro, su imitación en dorado y, la víctima reciente, una pulsera de actividad.
Es una maldición autoimpuesta, porque me alegro de no tener que soportar que me agarren del brazo para recordarme que todo pasa. Le dejo esa tarea a los relojes de pared y pantallas que me cruzo a lo largo del día.
administrator2021-08-26T12:38:54+00:00
CONTENIDO EXCLUSIVO PARA SUSCRIPTORES
Debes acceder para ver este contenido, por favor, accede o suscribete.
¿Aún no eres miembro? Únete a nosotros
Deja tu comentario