Una de las primeras lecciones que se aprenden en la escuela es la de los sustantivos que catalogan a seres animados e inanimados. Así, determinadas palabras se clasifican dependiendo de si poseen vida con el rasgo animado o no.
Por ejemplo, “hombre”, “mujer”, “niño”, “perro” o “ballena” son seres animados, mientras que “casa”, “acera”, “árbol” o “bosque” no lo son. En este sentido, la palabra animado (procedente del latín anima, alma) se referiría únicamente a aquellos seres vivos con capacidad de interactuar con su entorno, y no a los que no lo pueden hacer, como las flores y los arbustos.
Se trata de una lección aparentemente simple, pero que parece resultar difícil de entender para muchas personas en la actualidad. Me refiero concretamente a quienes repiten, machaconamente, que “el pueblo está muerto” y que “no tiene vida”.
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