He leído hace unos días que la alcaldesa de Roma plantea la sustitución, en algunas partes de la ciudad, de los míticos adoquines conocidos como ‘sanpietrini’. En su lugar se colocará asfalto.
Los adoquines, comentan desde la alcaldía, son muy caros de mantener, y suponen para la ciudad un gasto de mantenimiento apenas sostenible. Son tres las veces que he visitado Roma, y es cierto que sus adoquines no son nada prácticos a la hora de caminar, pero no obstante le transmiten a la ciudad una personalidad única, y no solamente a nivel visual: el sonido que emiten las ruedas de los coches al atravesar sus empedradas calles, por ejemplo, es único y reconocible en cualquier contexto.
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