El domingo 5 de septiembre Juanjo me dijo que todavía no había visto la Torre de Beratxa remodelada, así que, además de comprobar cómo le han sentado al campo las últimas lluvias, fuimos a hacer una visita a uno de los emblemas de Tafalla.
Son las 08:00 horas.
El termómetro marca 17º. “Por Santa Rosalía (4 de septiembre) crece la noche y decrece el día”.
El cielo despejado y un fresco bochorno nos invitan a salir en dirección a Galloscantan. La balsa del mismo nombre está tan cubierta de carrizos que es imposible ver el fondo, aunque sospechamos que estará seca. Pasamos por el puente nuevo de la variante y, cuando llegamos a la pieza del cruce de caminos, hacemos la parada obligatoria. Cada vez más escondida entre la maleza, la lápida, con la cruz bien labrada, pasa desapercibida.

Cruzamos la carretera de Miranda y nos adentramos en el Planillo. En el orillo de una pieza de girasoles, unas plantas llaman nuestra atención. Es el temido estramonio. Nos sorprende encontrarlo en tan gran cantidad. Juanjo tira de navaja y parte por la mitad uno de sus frutos para poder observar las semillas. Continuamos nuestro camino.
Las lluvias de esta semana han formado algunos charcos. El campo ha resucitado. Las olivas arrugadas ahora lucen tersas. Los racimos, escondidos en las cepas, tienen un brillo especial. Las hormigas se prepararon a conciencia para el golpe de agua que se avecinaba.
Vamos ascendiendo despacio, saboreando el paisaje. A nuestra izda. la Laguna brilla en medio de los campos. A la dcha. el Corral del Vaquero, el de la Mariana y el Caserío de Valdiferrer contemplan mudos el comienzo de un nuevo día.
Desde la parte más alta de las Rocas, la vista emociona. A nuestros pies, el Prado de Rentería se ha convertido en un inmenso maizal. La balsa de las fuentes de Perputiain está más seca que en otras ocasiones.
La torre de Beratxa, con su nuevo vestido, se asoma entre los pinos esperando impaciente nuestra visita. Comenzamos el descenso. Saludamos a la vieja sabina que aguanta en la ladera y pasamos por el setal de negrillas, que ahora se encuentra yermo.
Cuando llegamos al Prado de Valditrés, no nos resistimos a visitar la balsa y la fuente. Entre los pinos rodeamos el carrizal hasta llegar a la zona despejada. De la oquedad que conforman las piedras sale un hilillo de agua, suficiente para alimentar la balsa. Algunos cangrejos, al notar nuestra presencia, se han ocultado veloces en el fondo, levantando una pequeña nube de barro. Iniciamos la subida a la torre.
Por la senda escarpada, entre señales del club de tiro con arco, vamos ganando altura poco a poco. Los romeros y las ilagas prosperan a duras penas en este suelo de yesos brillantes.
10:00 horas. Torre de Beratxa.
Estamos solos. Damos una vuelta a su alrededor y Juanjo me dice que le gusta. A mí también, pero menos que como estaba antes.
Nos sentamos a almorzar aprovechando la sombra que ofrece la edificación. Escuchamos voces en el camino de enfrente. Un grupo nutrido de bicicletas de montaña se acerca hasta donde estamos. En las piernas de los culotes, se indica que son de Olite. Uno a uno, conforme van llegando, nos saludan con el consabido “¡que aproveche!”.
Cuando terminamos, bajamos por el camino por el que discurre el SL (sendero local). Estamos frente a la Cantera de Ros o de Malamadera. Un caballo y un poni están «alojados» en las viejas casetas. Entramos por el camino para echar un vistazo a la fuente, pero la vegetación se ha apoderado de tal manera del entorno, que es imposible visualizar siquiera el largo abrevadero.

Salimos al camino principal y torcemos a la izda. en dirección a Romerales. El pequeño vallecito con las cuatro islas no tiene ahora la belleza del invierno. El calor, en esta hondonada, aprieta y obliga a sacar las cantimploras. Entramos en el sombrío del pinar y comprobamos que la temperatura desciende agradablemente.
11:25 horas. Balsa de Romerales.
Veníamos intrigados por cómo la encontraríamos, pero, para nuestra sorpresa, apreciamos una gran extensión de agua. Bajamos a su orilla y la rodeamos. El salitre o el yeso, ahí tenemos dudas, impide cualquier forma de vida en sus aguas.
Subimos por la pieza en rastrojo hasta llegar al camino y volvemos a ver la balsa desde el otro lado. En invierno, cuando el campo empiece a verdear, este lugar volverá a ser único.
Caminando junto al antiguo vertedero, algo llama nuestra atención. Una culebrilla descansa plácidamente al sol.

La tocamos con la punta del bastón y, nunca mejor dicho, «culebrea» hasta que se esconde entre los hierbajos de la orilla.
En el Caserío de la Laguna hay gente. Un perro, con aspecto fiero pero indolente, nos mira aburrido y ni siquiera nos ladra. La Laguna tiene agua, pero nos sorprende la gran cantidad de algas que se aprecian la altura en la que nos encontramos.
Cruzamos la carretera de Miranda y subimos por la Cuesta de la Calera para desviarnos hacia la Celada. Hacemos una breve visita a la finca de Isabel y Agustín y bajamos. Por el desagüe que atraviesa la variante, salimos al camino y entramos en los «enredos».
Son las 12:40 horas.
El día viene fuerte de calor. La vuelta que hemos dado hoy nos ha compensado de las altas temperaturas.
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