Vamos a ir a la Carravieja (la antigua Carrera Vieja), pero antes daremos una vuelta por Valgorra.

Son las 08:00 horas. La mañana está fresca, a 10º. Apetece ponerse la chaqueta.

“Pájaros de otoño, gordos como tordos”

En las Cuatro Esquinas y en la Placeta no cabe más basura. La noche, sin restricciones, parece que hace invisibles los contenedores de la calle Mutuberria.

Cruzamos el túnel de la autopista una vez rebasada la Fuente del Rey y torcemos a la derecha por el camino de la autopista. El primer camino de la izquierda nos adentra en el Mocellaz. Recorremos este camino por el que rara vez transitamos.

El corte del Canal, que se llevó por delante el Portillo del Aire, hace que cada vez que subimos a Valgorra lo hagamos por el Juncal. Disfrutamos como si fuera la primera vez que pasamos por aquí.

Al llegar a lo más alto, miramos la ladera de la dcha. y recordamos la pequeña y humilde cruz devocional a Codés, sin brazos, del siglo XVIII. Hace pocos años tuvo una vida azarosa: la robaron, lo denuncié en Merindad, y la volvieron a dejar tirada en este mismo lugar.

La recogimos y la guardamos hasta que el Patronato de Cultura vino a recogerla. Ahora está bien guardada, a la espera de buscarle una ubicación digna y segura.

Presa del Ereta

En el corte de la ladera hay una pequeña senda que desciende sin problemas hasta la orilla del canal. Las primeras «quitameriendas» se asoman en la tierra húmeda.

Cruzamos el Canal por uno de sus puentes y ascendemos por buen camino. Estamos en Valgorra. En la ezpuenda de una pieza grande descubrimos nuestro primer objetivo.

09:15 horas. Abejera de Valgorra 2.

Cruzamos la finca en barbecho. La tierra está húmeda, blanda. Huele a rastrojo, tomillo y escaramujo. La vieja abejera está muy deteriorada. La mitad de la construcción, prácticamente desaparecida.

La otra mitad muestra aún las celdas y permite apreciar el modo en que se elaboraba la miel. Volvemos al camino y comenzamos a subir hacia los molinos.

Por el Corral de Valgorra parece que no pasa el tiempo. Sus paredes y columnas centrales aguantan estoicamente las inclemencias del tiempo, mientras  guardan en su interior las viejas historias de robos y denuncias que tan magníficamente nos relató D. Angel Morrás.

En lo alto de la Carravieja, el paisaje se abre ante nosotros y muestra las tierras llanas que el Moncayo vigila y protege con su silueta azul. Entre dos molinos una senda estrecha nos invita a descender por el interior del pinar.

A medida que vamos bajando el sendero se complica. Una fuerte pendiente nos hace tomar todas las precauciones.

10:30 horas. Abejera del Yu.

Por fin llegamos. ¡Y sin sufrir ningún percance! La construcción está en ruinas. Se aprecia aún que constaba de dos partes bien diferenciadas: una era la caseta donde se extraía la miel y se guardaban los utensilios y herramientas, y la otra era donde estaba la abejera con sus celdas y sus panales de miel.

Aprovechamos la soledad y tranquilidad del lugar para reponer fuerzas. Observando estas ruinas y disfrutando de la abundante y variada vegetación, viene a nuestra memoria la frase de Marcel Proust:

“El verdadero acto del descubrimiento no consiste en salir a buscar nuevas tierras, sino en aprender a ver la vieja tierra con nuevos ojos”.

La abejera del Yu (se llamaba Nicolás Ribada) se encuentra en un paraje que queda debajo del camino amplio que atraviesa la Carravieja y por encima del Canal, por lo que no se deja ver por los caminantes que frecuentan ese lugar. Para disfrutar de la abejera, hay que adentrarse en la espesura del pinar.

Por una senda desdibujada, nos alejamos de la abejera hasta que salimos  a la orilla del canal. Una rústica (y práctica) pasarela nos permite salvar el desnivel. Por la pista que discurre junto al canal avanzamos a buen paso.

De vez en cuando nos asomamos para disfrutar de la claridad del agua, en la que algunos peces diminutos (Juanjo me dice que pueden ser percas) se esconden en las algas al notar nuestra presencia.

ABEJERA DE YU

Abejera de YU

Volvemos a cruzar el canal por otro puente situado más abajo que el que hemos pasado a la mañana. Nos adentramos en el Pontarrón. Una cabaña de piedra bien conservada llama nuestra atención. Disfrutamos observando su construcción.

12:00 horas.

Llegamos a unas ruinas junto a una granja, un lugar al que queríamos llegar.

Hace unos días Sergismundo me mandó esta ubicación al consultarle yo por una posible abejera en este término. Los vestigios que quedan no aportan ninguna evidencia, pero por el tipo de construcción y por su ubicación, creemos que bien pudo haber sido una abejera.

Intentaremos tener más datos.  Salimos a la carretera de San Martín y llegamos hasta el rincón de una viña.

Orillamos el barranco de Valmayor en el que, entre las hiedras, se aprecia una especie de pozo y, por debajo de la autopista, entramos en Las Pozas.  A nuestra derecha contemplamos el Tomillar. Un término, me dice Juanjo, con un nombre muy aromático.

Por el camino del Escal, cruzamos la vía y llegamos a la presa de Ereta o de la Estación.

Son las 12:30 horas.

Al Cidacos, para cambiar de aspecto, le hacen falta unas cuantas jornadas de lluvias abundantes.

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