Por: Endika Iriso
Los festejos y tradiciones culturales siempre han sido medio de sosiego ante la tempestad invernal. Frente al frío, el calor de las hogueras, la recogida de las primeras aguas (urberria) o la colocación de eguzkilores y ramas de muérdago en la puerta de casa han servido de amuleto para hacer frente a los temores que depara el año nuevo.
Qué decir del festejo del carnaval rural, donde personajes malvados, benevolentes o traviesos deambulan por nuestros pueblos para entretener a la turba, augurar una buena cosecha o espantar al temporal.
Uno de los personajes más simbólicos del carnaval vasconavarro es el zanpantzar o joalduna, originario de Ituren y Zubieta pero extendido desde hace tiempo a todo Euskal Herria.
Su estampa es, desde luego, sobrecogedora. Colocados en formación y al paso unísono agitan sus cencerros e hisopos para ahuyentar los malos espíritus y pedir a la tierra que sea generosa con quien la cultiva.
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